Hechos de los Apóstoles - sesión 1


A continuación encontraremos los 5 primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles.

El libro narra la fundación de la Iglesia Cristiana y la expansión del Cristianismo por el Imperio Romano. 

Probablemente necesitéis unos 15-20 minutos para leerlo todo. Espero que encontréis el rato para hacerlo ya que la dinámica consiste en lo siguiente: Identificar ¿que esta pasando dentro de la comunidad? ¿que pasa fuera de la comunidad? ¿que caracteriza la comunidad? ¿que papeles/personalidades hay dentro de la comunidad?

Apuntaros los 2 o 3 (o más) conceptos que os llamen la atención para la puesta en común. 

11En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo 2hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. 3Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. 4Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, 5porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días». 6Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?». 7Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; 8en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra». 9Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. 10Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, 11que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo». 12Entonces se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. 13Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas el de Santiago. 14Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos. 15Uno de aquellos días, Pedro se puso en pie en medio de los hermanos (había reunidas unas ciento veinte personas) y dijo: 16«Hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo, por boca de David, había predicho, en la Escritura, acerca de Judas, el que hizo de guía de los que arrestaron a Jesús, 17pues era de nuestro grupo y le cupo en suerte compartir este ministerio. 18Este, pues, adquirió un campo con un salario injusto y, cayendo de cabeza, reventó por medio y se esparcieron todas sus entrañas. 19Y el hecho fue conocido por todos los habitantes de Jerusalén, por lo que aquel campo fue llamado en su lengua Hacéldama, es decir, «campo de sangre». 20Y es que en el libro de los Salmos está escrito: “Que su morada quede desierta, y que nadie habite en ella”, y también: “Que su cargo lo ocupe otro”. 21Es necesario, por tanto, que uno de los que nos acompañaron todo el tiempo en que convivió con nosotros el Señor Jesús, 22comenzando en el bautismo de Juan hasta el día en que nos fue quitado y llevado al cielo, se asocie a nosotros como testigo de su resurrección. 23Propusieron dos: José, llamado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. 24Y rezando, dijeron: «Señor, tú que penetras el corazón de todos, muéstranos a cuál de los dos has elegido 25para que ocupe el puesto de este ministerio y apostolado, del que ha prevaricado Judas para marcharse a su propio puesto». 26Les repartieron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles.
21Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. 2De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. 3Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. 4Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. 5Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. 6Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. 7Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? 8Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? 9Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, 10de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, 11tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua». 12Estaban todos estupefactos y desconcertados, diciéndose unos a otros: «¿Qué será esto?». 13Otros, en cambio, decían en son de burla: «Están borrachos». 14Entonces Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró ante ellos: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. 15No es, como vosotros suponéis, que estos estén borrachos, pues es solo la hora de tercia, 16sino que ocurre lo que había dicho el profeta Joel: 17Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán y vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; 18y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días, y profetizarán. 19Y obraré prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra, sangre y fuego y nubes de humo. 20El sol se convertirá en tiniebla y la luna en sangre, antes de que venga el día del Señor, grande y deslumbrador. 21Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará. 22Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, 23a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. 24Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, 25pues David dice, refiriéndose a él: Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. 26Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. 27Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. 28Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro. 29Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. 30Pero como era profeta y sabía que Dios le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, 31previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que no lo abandonará en el lugar de los muertos y que su carne no experimentará corrupción. 32A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo. 34Pues David no subió al cielo, y, sin embargo, él mismo dice: Oráculo del Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, 35y haré de tus enemigos estrado de tus pies”. 36Por lo tanto, con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías». 37Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? 38Pedro les contestó: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro». 40Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo: «Salvaos de esta generación perversa». 41Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas. 42Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. 43Todo el mundo estaba impresionado y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. 44Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; 45vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. 46Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; 47alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.
31Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la hora de nona, 2cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. 3Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. 4Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo: «Míranos». 5Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. 6Pero Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda». 7Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, 8se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. 9Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, 10y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido. 11Mientras el paralítico seguía aún con Pedro y Juan, todo el pueblo, asombrado, acudió corriendo al pórtico llamado de Salomón, donde estaban ellos. 12Al verlo, Pedro dirigió la palabra a la gente: «Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto? ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a este con nuestro propio poder o virtud? 13El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. 14Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; 15matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. 16Por la fe en su nombre, este, que veis aquí y que conocéis, ha recobrado el vigor por medio de su nombre; la fe que viene por medio de él le ha restituido completamente la salud, a la vista de todos vosotros. 17Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; 18pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. 19Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; 20para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que os estaba destinado, 21al que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas. 22Moisés dijo: El Señor Dios vuestro hará surgir de entre vuestros hermanos un profeta como yo: escuchadle todo lo que os diga; 23y quien no escuche a ese profeta será excluido del pueblo. 24Y, desde Samuel en adelante, todos los profetas que hablaron anunciaron también estos días. 25Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: “En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra”. 26Dios resucitó a su Siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros para que os traiga la bendición, apartándoos a cada uno de vuestras maldades».
41Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, 2indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. 3Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, 4pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres. 5Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, 6junto con el sumo sacerdote Anás, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. 7Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?». 8Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: 9Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; 10quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. 11Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; 12no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos». 13Viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de Jesús, 14pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no encontraban respuesta. 15Les mandaron salir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos, 16diciendo: «¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; 17pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre». 18Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. 19Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo: «¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. 20Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído». 21Pero ellos, repitiendo la prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido, 22pues el hombre en quien se había realizado este milagro de curación tenía más de cuarenta años. 23Puestos en libertad, volvieron a los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos. 24Al oírlo, todos invocaron a una a Dios en voz alta, diciendo: «Señor, tú que hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; 25tú que por el Espíritu Santo dijiste, por boca de nuestro padre David, tu siervo: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean proyectos vanos? 26Se presentaron los reyes de la tierra, los príncipes conspiraron contra el Señor y contra su Mesías. 27Pues en verdad se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, 28para realizar cuanto tu mano y tu voluntad habían determinado que debía suceder. 29Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía; 30extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús». 31Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios. 32El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. 33Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. 34Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido 35y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba. 36José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa hijo de la consolación, que era levita y natural de Chipre, 37tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
51Pero un hombre llamado Ananías, de acuerdo con Safira, su mujer, vendió una propiedad 2y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo su mujer; después llevó el resto y lo puso a los pies de los apóstoles. 3Pero Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás se ha adueñado de tu corazón para que mientas al Espíritu Santo y retengas parte del precio de la propiedad? 4¿Es que no la podías retener cuando la tenías? Y, una vez vendida, ¿no eras dueño legítimo del precio? ¿Por qué has puesto en tu corazón esta decisión? No has engañado a hombres, sino a Dios». 5Al oír Ananías estas palabras, se desplomó y expiró. Y se extendió un gran temor entre todos los que lo oían contar. 6Aparecieron unos jóvenes que lo envolvieron en lienzos y lo llevaron a enterrar. 7Aconteció unas tres horas más tarde que entró su mujer sin saber lo que había sucedido, 8y Pedro le preguntó: «Dime si habéis vendido la propiedad por tanto». Ella respondió: «Sí, por tanto». 9Entonces Pedro le dijo: «¿Por qué os habéis puesto de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? Mira, los pies de los que acaban de enterrar a tu marido están a la puerta y también te van a llevar a ti». 10Enseguida se desplomó a sus pies y expiró. Los jóvenes entraron, la encontraron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido. 11Y se extendió un gran temor en toda la Iglesia y entre todos los que lo oían contar. 12Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; 13los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; 14más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor. 15La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. 16Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados. 17Entonces el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, 18prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. 19Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: 20«Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida». 21Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. 22Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, 23diciendo: «Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro». 24Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado. 25Uno se presentó, avisando: «Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo». 26Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease. 27Una vez conducidos, les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, 28diciendo: «¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre». 29Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. 30El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. 31Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. 32Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen». 33Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos. 34Pero un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres 35y dijo: «Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres. 36Hace algún tiempo se levantó Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, se dispersaron todos sus secuaces y todo acabó en nada. 37Más tarde, en los días del censo, surgió Judas el Galileo, arrastrando detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y se disgregaron todos sus secuaces. 38En el caso presente, os digo: no os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; 39pero, si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios». Le dieron la razón 40y, habiendo llamado a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. 41Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre. 42Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando la buena noticia acerca del Mesías Jesús.

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